Las consecuencias de la pandemia provocada por el coronavirus recién se empiezan a notar. Esas consecuencias son sociales, económicas, políticas, en fin… influyen (e influirán más aún en el futuro, cercano o no) en todo lo que hacemos y en cómo lo hacemos. Una de esas consecuencias es, desde luego, el obligatorio auge del trabajo remoto. El “home office”. Sin embargo, y aunque para muchos esto parezca un fenómeno moderno, no lo es. Al contrario, según un artículo de Fast Company, existe desde hace casi un millón y medio de años. En serio.
En cada momento de la historia de la humanidad, ha existido alguna forma de trabajar desde casa. En los comienzos de lo que hoy conocemos como trabajo, no se iba a otro lugar a desarrollar las labores cotidianas. Muchos de los primeros seres humanos salían a buscar plantas y a cazar animales para proveerse de alimentos; uno de los primeros fue el llamado Homo Ergaster, que vivió en África hace casi dos millones de años, usaba herramientas avanzadas y conocía el fuego: la evidencia indica que creaban sus herramientas cerca de sus viviendas.
Muchos milenios después, el trabajo estaba limitado al hogar. En la Inglaterra medieval existía la “casa larga” que los campesinos compartían con su ganado, ellos de un lado de la casa y los animales del otro; en el medio estaba la cocina y el lugar de trabajo (donde se ordeñaba, se carneaba, se curtía, se fabricaba ropa). Los mercaderes medievales también solían hacer sus negocios desde sus casas. Y no es mucho lo que cambió a medida que pasaba el tiempo. En la Inglaterra de los siglos 17 y 18, por ejemplo, los artesanos (hilanderos, relojeros) vivían en edificios con grandes ventanas porque la luz los ayudaba a hacer su trabajo. Y ese trabajo, claro, lo hacían en sus mismas casas.
Luego de la Revolución Industrial, la costumbre de trabajar desde casa siguió creciendo: los comercios, las casas de servicios fúnebres y las escuelas funcionaban como negocios y al mismo tiempo como viviendas de sus propietarios. La tendencia continuó en el siglo 20: en los Estados Unidos, los inmigrantes que llegaban a Nueva York a principios de siglo se ponían a trabajar en sus mismos departamentos, donde el calor reinante y la falta de aire fresco dio origen a la expresión “sweatshops”.
Durante la Segunda Guerra Mundial creció el número de mujeres trabajadoras, pero al llegar la paz fueron nuevamente relegadas a sus hogares. En ese momento se dieron dos innovaciones: la invención y fabricación de contenedores de plástico para guardar comida (creación de Earl Tupper), y la manera de venderlos, creación de Brownie Wise, que inventó las reuniones de patio, en las cuales hacía que las amas de casa probaran sus productos y, al mismo, tiempo, se divirtieran un rato. Esto dio lugar a toda una industria de ventas en el hogar.
El avance de la tecnología hizo, obviamente, que los trabajadores pudieran usar sus casas para un doble propósito. En la década de 1980 las empresas comenzaron a experimentar (oficialmente) con la posibilidad del trabajo “flexible”. Por ejemplo, IBM instaló terminales remotas en los hogares de varios de sus empleados, y este programa creció tanto que para 2009, el 40% de los empleados de IBM (386.000 en todo el mundo) ya trabajaban desde sus casas. La compañía declaró que esto le permitió reducir sus oficinas en más de 7 millones de metros cuadrados, y ahorrar 100 millones de dólares solo en los Estados Unidos. En ese mismo país, el censo más reciente descubrió que, sobre un total de 142 millones de trabajadores, alrededor de 13,4 millones se desempeñaban desde sus hogares; esto representa un incremento de 4,2 millones en una década.
El trabajo remoto creció, y ya desde antes de la pandemia. Durante estos últimos dos meses y pico se hizo una costumbre obligatoria, como todos sabemos. Y cuando esta situación se termine (porque se va a terminar) seguirá siendo la norma para muchos. La nueva norma que en realidad no es tan nueva.
Por:: RoastBrief